La Navidad es una época del año en la que todo a nuestro alrededor nos indica que debemos estar alegres. Hay fiestas, reuniones familiares, cenas de trabajo y de amigos, compras y regalos.
Cuando perdemos a un ser querido, y sobre todo en la primera Navidad tras la pérdida, todos estos estímulos exteriores basados en festejos y alegría potencian la tristeza y la soledad al ver la silla vacía.
El perder a alguien importante en nuestra vida, ya sea por muerte o por separación o divorcio, nos hace pasar por un proceso de duelo.
El duelo es una reacción adaptativa normal ante la pérdida de un ser querido y un acontecimiento vital estresante que tarde o temprano hemos de afrontar casi todos los seres humanos. Es un proceso doloroso y no podemos hacer nada por evitarlo.
Hay que decir también que el duelo no solo se pasa ante la pérdida de alguien a quien queremos, sino que también puede ocurrir ante la pérdida de algo tan importante como puede ser la salud propia o la de alguien muy cercano (De esto hablaremos en otro artículo).
El duelo consta de cinco fases:
- Fase de negación: La primera reacción tras la pérdida es poner en marcha mecanismos de defensa que nos sirven para dar tiempo a asimilar la noticia recibida. Se caracteriza por la incapacidad para aceptar la realidad.
- Fase de ira, rabia o agresividad: En esta fase surgen todos los «por qué?» Hay quejas, dolor, lágrimas, culpa o vergüenza.
- Fase de pacto o negociación: Se intenta llegar a un acuerdo (con Dios, el mundo, uno mismo o la ex pareja) para intentar superar la experiencia.
- Fase de depresión: en la que es normal buscar la soledad, llorar, pensar mucho, sentirse cansado, tener problemas para dormir o dormir en exceso, perder el apetito o comer mucho, aumentar la ingesta de drogas o alcohol y experimentar sentimientos de desesperanza.
- Fase de aceptación: es una etapa que en un principio está casi desprovista de sentimientos. Se empieza a sentir una cierta paz sin tener la necesidad de hablar del propio dolor. Poco a poco la vida se va imponiendo.
El proceso del duelo tiene un curso y un ritmo diferente en cada persona y más tarde o más temprano se acaba pasando, pero hay distintas variables que pueden hacer que sea más difícil recuperarse de él, como son:
- Cómo fue la muerte: No es lo mismo que la muerte sea esperada o repentina. Tampoco es lo mismo que sea por enfermedad, por un suceso traumático, por suicidio o por asesinato.
- Forma de responder ante las adversidades. No disponer de estrategias para afrontar situaciones de crisis puede dificultar el proceso.
- Padecer problemas de ansiedad o depresión.
- Relación con la persona fallecida. No es lo mismo haber tenido una relación tranquila y armoniosa o difícil y conflictiva.
- Persona fallecida. La muerte del hijo/a y la del cónyuge, son consideradas las situaciones más estresantes por las que puede pasar una persona.
El duelo está completado cuando recordar a la persona fallecida no nos hace sentir dolor, hemos aprendido a vivir si ella, sin anclarnos en el pasado e invertimos nuestra energía en la vida y en los vivos.
Si el proceso de duelo está siendo complicado y causa un importante deterioro en la vida social, laboral y familiar, así como en otras áreas y actividades significativas para la persona, es recomendable recibir la ayuda psicológica adecuada.
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