El estrés puede ser definido como el proceso que se inicia ante un conjunto de demandas ambientales (situaciones o estresores) que recibe la persona, a las que debe dar una respuesta adecuada de carácter psicológico y fisiológico.
Son muchos los estresores a los que nos podemos enfrentar: la presencia de un animal salvaje, un coche que se nos aproxima a mucha velocidad, una persona que nos quiere agredir, discusiones con la pareja, problemas laborales, problemas económicos, …
Los estresores producen cambios en nuestro cuerpo para adaptarnos a la nueva situación y prepararnos para «atacar o huir». Por lo tanto, el estrés es adaptativo para la persona e importante para su supervivencia.
En un primer momento, ante un agente estresante, el cerebro le dice a nuestro cuerpo que se prepare para lo que pueda pasar, generando:
- Cambios físicos: temblores ligeros, manos frías, sudor, enrojecimiento, aumento del ritmo cardíaco y de la respiración,…
- Cambios psicológicos: Focalización de la atención (centrada en el problema y alejada de distracciones) y potenciación del pensamiento (planificación de la acción).
En un segundo momento, si los estresores son intensos y/o crónicos, la activación del mecanismo de respuesta a estos estímulos provocaría consecuencias negativas para la salud y el rendimiento.
Hans Selye explica el proceso de adaptación del organismo a los agentes estresantes mediante el “Síndrome General de Adaptación”. Este proceso se desarrolla en tres etapas:
- Reacción de alarma: el organismo se percata de la presencia del estresor y activa la respuesta fisiológica.
- Etapa de resistencia: el organismo aumenta y mantiene la respuesta para hacer frente a los estímulos estresantes y disminuye la respuesta a otros estímulos. La glucosa y las formas más simples de proteínas y grasas salen de las células, el hígado o algunos músculos para concentrarse en los músculos implicados en la respuesta de lucha o huída. Para poder transportar los nutrientes y el oxígeno a mayor velocidad el organismo incrementa el ritmo cardíaco, la presión sanguínea y el ritmo respiratorio. Además, para dar una pronta resolución al estresor, se detiene la digestión, se inhibe el crecimiento, disminuye la actividad reproductora en ambos sexos y el sistema inmunitario, por lo que aumenta la probabilidad de contraer enfermedades e infecciones, y disminuye la posibilidad de combatirlas.
- Etapa de agotamiento: si las etapas anteriores se repiten continuamente o se mantienen, el organismo consume todas las reservas y la resistencia se hace imposible. El agotamiento puede derivar en patologías importantes.
Largos periodos de estrés pueden derivar en estados de ansiedad (sobreactivación) o depresión (desactivación), por lo que si estamos sometidos a situaciones de estrés repetidas o mantenidas en el tiempo, puede ser aconsejable acudir a un/a psicólogo/a para que nos ayude a afrontarlas de la forma más saludable y adaptativa posible.
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